Nombres como Lydia Valentín o Tia Clair-Toomey suenan cada vez más familiares en los noticieros deportivos, y no es únicamente debido al auge en popularidad de sus respectivos deportes, la halterofilia y el CrossFit. Su prestigio marca indudablemente un nuevo hito en el mundo deportivo y un espacio más en el reclamo del rol de la mujer en el mismo. Poco a poco empezamos a ver personajes que escapan los cánones de belleza femenina y abogan por una figura que prioriza el rendimiento al placer estético de unos pocos (dicho de forma clara, lo último que les preocupa a estas atletas es la validación masculina).
Iustración de chica realizando un ejercicio de Cross Training, el Squat snatch
A riesgo de parecer esta una afirmación obvia, cabe destacar la relevancia de la posición de Valentín y Toomey, pues la aparición de modelos femeninos en la industria deportiva es imprescindible para acceder a aquellas mujeres que sienten miedo, o incluso cierto rechazo, ante una práctica que indudablemente se ha dirigido a los hombres (solo hay que ver los vídeos promocionales de competiciones como los CrossFit Games, en que prima la rudeza de un entorno absolutamente hipermasculinizado). En otras palabras, tener referentes femeninos dentro del deporte es esencial en el empoderamiento del papel de la mujer, que cada vez se demuestra más fuerte y presente en la élite competitiva. Así, pues, se conforma un conjunto de nuevos cánones, por los cuales el rol femenino se aleja de la belleza física y la delicadeza asociada a dicha figura, para insertarse en un entorno hasta ahora dominado por el hombre para seguir reclamando espacios. En esta instancia, alguien podría cuestionar el concepto del ‘nuevo canon’; a fin de cuentas, sigue existiendo un modelo físico idealizado. Si bien esto es cierto – y algo en lo que debemos seguir trabajando a un nivel que trasciende el ámbito deportivo – tampoco podemos obviar el gran avance que ha traído consigo un cuerpo que no prima la delgadez extrema a la que estamos acostumbradas. Por el contrario, es un ideal que incita a la mujer a salir de la cultura de la dieta (una pseudo-secta que daría para ser analizada en un artículo a parte) y a mantener una rutina de entrenamientos con levantamientos pesados, y no solamente el cardio al que nos tienen acostumbradas las modelos de Victoria’s Secret.
Ahora bien, es innegable que tras el empoderamiento femenino que ha impulsado el CrossFit se esconde también todo un entramado de lo que consideraría sexismo sistémico. Con ello no solo me refiero a las desafortunadas acciones que hemos presenciado estos últimos meses por parte del ex ceo de la marca CrossFit (más todas las acusaciones contra su persona que, tras gran sospecha, han empezado a salir a la luz), sino a una red mucho más sutil. Me remito, entonces, a situaciones tan invisibilizadas como las competiciones por equipo, en que suelen ser estándar los grupos 2+1 (dos hombres y una mujer) o 2+2 (dos hombres y dos mujeres). Si bien ello podría parecer una buena estrategia de inclusión a primera vista, pues es cierto que el número de mujeres frente al de hombres en el deporte es todavía gravemente inferior, el esquema de los wods deja clara la realidad: no hay equidad. Grandes cantidades de calorías acumuladas en ejercicios metabólicos o movimientos de halterofilia relativamente pesados suelen dejara la mujer en una posición pasiva dentro del equipo (no olvidemos que el objetivo de la competición es acabar lo más rápido posible o completar el máximo de repeticiones en un tiempo determinado, por lo que la estrategia deviene necesaria).
Pero, entonces, ¿es el CrossFit un deporte machista por definición? La respuesta es simple: el CrossFit es un deporte que, como todos, ha sido desarrollado en un presente dictaminado por premisas patriarcales tan sutiles que se han vuelto prácticamente inadvertibles. Es más, la misma distribución de categorías según el género supone también una traba para atletas trans (por no hablar de quienes se consideran enby – género no binario), un problema extendido a la mayoría de prácticas deportivas.
Dado el contexto, pues, ¿existe una solución o están las atletas condenadas a seguir permaneciendo pasivas en el entorno competitivo? A mi entender, una posible solución está al alcance. Apreciando los avances que ha supuesto dicho deporte para el rol femenino, una inclusión de la mujer dentro del equipo directivo del CrossFit podría ser determinante. De este modo, una mejor adaptación de los wods para la categoría femenina (una tragedia hasta el momento, en mi opinión) podría fomentar una competición mucho más inclusiva y en que los ejercicios jueguen a favor de las atletas, en lugar de suponer un lastre extra. Con un equipo directivo mucho más diverso se podrán abarcar, también, otras cuestiones, tales como una promoción de la práctica dirigida exclusivamente a romper estereotipos y proyectarse al conjunto de mujeres afectadas por la cultura de la dieta y otros cánones tóxicos, o una mayor inclusión de la comunidad LGTBI+ en el deporte.
Visto el panorama, entonces, el CrossFit, así como la halterofilia, se presentan como dos prácticas deportivas en auge, con un conjunto de atletas femeninas que se han ganado un espacio en el reconocimiento público aguardado, hasta hace poco, únicamente a los hombres. Si bien todavía queda mucho camino por labrar en la equidad sexual en el ámbito deportivo, las líneas a trazar están claras y requieren de la cesión de puestos dentro de la comisión directiva a mujeres. De este modo, y basándose en la propia experiencia de la práctica del CrossFit, podremos abogar por un entorno competitivo que fomente el rol femenino y por un deporte accesible para todo perfil de atleta. Únicamente escuchando sus voces podremos mantener una comunidad verdaderamente diversa e inclusiva.

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